sábado, julio 27

Netanyahu: La última frontera, ya no hay cielo | Internacional

Cuando un Estado que se define como democrático, que, como tal, está patrocinado por las potencias occidentales y al que, además, se le otorga una mayor legitimidad histórica y moral; Cuando ese país, Israel, lanza una máquina para extinguir a la población de un territorio que ocupa, ¿qué significa? El fin de la democracia, de su lugar entre las naciones libres y del margen de legitimidad que quedaba. Es un desafío, quizás mortal, al derecho internacional en su conjunto, impotente ante los excesos de un Estado signatario de muchos de sus tratados. Esto es lo que está logrando el gobierno de Netanyahu con su política de genocidio contra los palestinos en Gaza.

La bien engrasada maquinaria propagandística israelí busca revertir la realidad a cualquier precio. Un ejemplo es la acusación, sin pruebas, de connivencia de algunos trabajadores de la UNRWA con Hamás en el ataque del 7 de octubre. Con la retirada de las contribuciones financieras de los principales donantes, esta agencia de la ONU, de la que depende el sustento de casi dos millones de habitantes de Gaza, podría dejar de funcionar en un mes. Pero Netanyahu no tiene límites: ordenó la evacuación de Rafah, una iniciativa que ya no deja dudas ni siquiera en sus partidarios más directos, los gobiernos de Estados Unidos, Alemania y Gran Bretaña. Algunas quejas empiezan a escucharse, tarde, pero quizás a tiempo para evitar «una masacre gigantesca», en palabras de António Guterres, secretario general de la ONU.

La orden de evacuar Rafah, la última ciudad al sur de la Franja de Gaza, en la frontera con Egipto, llega cuando 1,2 millones de personas, es decir, más de la mitad de la población, permanecen con la espalda contra la pared. El espacio en el que viven mal los campistas se compara con la superficie del aeropuerto de Heathrow en Londres. Pero en Rafah no es que no haya asientos o que el café esté aguado, es que, si tienes suerte, hay un baño para 500 personas y la lluvia forma un colchón de barro para todos. Y ahora, estos supervivientes deben volver a marcharse para salvarse. ¿Ir a donde?

“¿Adónde iremos después de la última frontera? “¿Adónde vuelan los pájaros después del último cielo?” preguntó el poeta Mahmud Darwish en 1982, tras la salida de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) de Beirut. Han pasado más de 40 años y la distopía de los Acuerdos de Oslo ha dejado a los palestinos, esta vez, arrinconados contra la última frontera de su propia tierra. Ya no hay cielo. Egipto no permitirá el paso: completar la limpieza étnica sería demasiado costoso para el régimen corrupto del presidente Sisi.

Por ahora.

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