sábado, julio 27

Fernando Gaviria domina el sprint ante Cavendish en la primera etapa del Tour Colombia | Ciclismo | Deportes

Hay victorias que definen y obligan, y marcan toda una carrera, de las que es imposible escapar. Y el tiempo que pasa luego se acelera, y es un espejo que siempre responde a todas las preguntas, a todas las dudas, de lo que he hecho con mi vida. Nueve años después, Fernando Gaviria, con una carrera explosiva marcada por dos victorias sobre el invencible Cavendish en 2015, vuelve a enfrentarse al inglés, ahora de 38 años, y con una obsesión, detener el tiempo, que se le escapa entre los dedos. Como entonces, gana Gaviria, pero, sorprendentemente, la tristeza y la seriedad de su gesto no levanta los brazos. Casi hunde la cabeza entre los hombros, como alguien que casi se arrepiente de haber hecho lo que hizo para ganar. Realizó un sprint perfecto, un equilibrista sobre acero: tras aprovechar la rueda de Cavendish, un lugar en la primera fila por el que nadie luchaba, el lanzamiento del tren atómico del sabio y fuerte Astana, Bol y Morkov, midieron el espacio. y el tiempo, abierto a su izquierda y comienza a desbordarse, despega el cohete Gaviria, gritan por las radios, buscando al mismo tiempo el refugio de las vallas. Le cierra el camino a un joven italiano, Davide Persico, que quiere aprender y duda cuando la brecha se acorta. No sucede. Simplemente se queja levantando el brazo mientras Gaviria, el ganador, baja la cabeza.

“Se han abierto los caminos que había que abrir”, dijo Gaviria, con voz bíblica, el bajo profundo de una cantata de Bach, que apenas termina va donde el vencido se recupera, y cuando él, que rechaza su mano , le da. Dice que la cerró, responde que tal vez, pero que no lo hizo a propósito. «Pero en realidad Persico podría tener razón», añade el ganador a los periodistas. “Ni siquiera vi el video, incluso hablé con él y le pedí disculpas”.

Cavendish ocupa el tercer lugar

Cuando le ganó por primera vez un sprint a Mark Cavendish, Fernando Gaviria era un veinteañero imberbe, un decidido cazador del velódromo de Medellín que llegaba con un plan a la Vuelta a San Luis, Argentina. Quería hacer algo de ruido. Él, que acababa de salir de Colombia y al que muy pocos conocían, quería lograr victorias sensacionales contra quizás el mejor velocista de la historia, el único Cavendish. Para ello preparó varias estrategias con su entrenador, Jhon Jaime González, y lo intentó. Venció dos veces al invencible inglés. Auge. Seis meses después, Gaviria, tras ganar un mundial de pista, fichó por el Quick Step, el equipo belga cuyo mayor orgullo es contar siempre con el mejor velocista del momento. Es el equipo de Cavendish. Estamos en agosto de 2015. Cavendish no es suficiente. Se marcha a fin de año y Gaviria se deja crecer la barba de lobo y devora sprints. Es Fernán Dios. Es un anuncio de futuro: Colombia no es sólo una tierra de escarabajos, de pequeños trepadores. A los 21 años reinventó el sprint en la Avenue de Grammont, la catedral del sprint, el kilómetro con el que soñaban todos los velocistas cuando allí terminaba el Tour de París; a las 22.00 horas, cuatro etapas y maillot ciclamen del Giro dei 17; A los 23, dos etapas del Giro dei 18. A los 24, el descenso, acelerado a los 25 por un Covid persistente que le aplasta. A sus 29 años, hace un par de semanas a principios de año, Gaviria volvió a mirarse al espejo. Se deja la barba con una perilla pequeñoburguesa en el París de los años 60. No convencido quizá por el cambio, ni por la respuesta del espejo, Gaviria sigue depilándose el pelo de la cara y termina la sesión con un bigote más propio de un cómico italiano, así grueso y grueso. de ancho, el de un valiente Alain Delon, con quien sale cerca del lago Paipa para buscar la derrota de Cavendish, su amigo. Amistad de velocistas que se aman y se respetan.

No hay quien reconozca a Cavendish como un hombre divertido, risueño, dócil, que acompañado de la hija mayor de su esposa, Peta Todd, hoy de 18 años, se deja abrazar por toda Colombia. Se cuidan unos a otros. Cavendish, el chico gamberro de la Isla de Man, y Finnbar, el chico ingenuo que vivió de cerca los momentos de triunfo de su padrastro y los duros años de depresión. Cavendish se acerca a la mesa donde el chico está comiendo con los periodistas barbudos y lo primero que hace es comprobar cuánto vino ha bebido, entre admiración y cariño, y Finnbar se preocupa cuando Mark le dice que lo ha pasado mal con su de altura, los más de 2.500 metros de altitud de Paipa, quien por momentos pensó que se ahogaba, y que su saturación de oxígeno había bajado a 94. Pese a todo, en la altura, sobre la recta Duitama, frente a la fábrica de refrescos Postobón, teatro de En el Sprint más furioso que se recuerda, el que dio a Miguel Indurain la segunda plaza del Mundial 95 por delante de Marco Pantani, detrás de ambos el esquivo Olano, Mark Cavendish, 34 victorias de etapa en el Tour, intenta lo imposible.

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